Dražen Petrović
El artillero de los balcanes
Pesadilla. Pánico. Miedo. Terror; "Dícese de las emociones que afectan a una persona cuando se encuentra ante algo o alguien que provoca una terrible preocupación en ella, impidiéndole actuar con sensatez."
Durante aquellos mágicos años, con su hermano y un puñado de jugadores croatas nacidos para competir bajo la batuta del "Milagro de Sibenik", jugaron a ser el pánico de los gigantes adversarios, los dueños de las Copa que ahora se iban vacíos y humillados de una cancha donde Petrovic hizo nigromancia bajo los aros.
Petrovic sabía que era adorado en Zagreb y odiado en el resto del mundo. De hecho, le encantaba aquella situación. Cuando iba a aquel pabellón madrileño lleno hasta el último asiento, sonreía y sacaba la lengua porque no abucheaban a la Cibona, sus compañeros calentaban tranquilos mientras todo su odio era volcado frente a él. "¿Cómo se para a Drazen Petrovic? Evidentemente debes hacer un gran partido defensivo…y rezar", Lolo Sainz dixit.
Pero el laureado conjunto español no era el único. Arvydas Sabonis, sin duda el pívot más influyente de su época, despreciaba profundamente a Petrovic como persona, aunque se vio obligado (o precisamente por ello) a comprobar el devastador poder anotador de aquella máquina de anotar con su querido Zalgiris de Kaunas. En cambio, Drazen jamás se dejó gobernar por su personaje, fuera de la cancha era un tipo de novia de toda la vida, abstemio, que madrugaba para hacer un trabajo que era su pasión y que afirmó lamentar mucho que la directiva madridista despidiera a Iturriaga por juzgarle incompatible con su pareja de baile. Nunca fue rencoroso, era solamente su papel.
Aquella aventura (recordada en la Revista Gigantes hace relativamente poco) fue única en su especie. Una vez más el sentido de humor tan peculiar de un mito de los Balcanes. Núñez soñaba con fichar a Drazen para el Barcelona, en una jugada maestra que sería devastadora para el Madrid, que había intentado durante años frenarle.
Cuando llegó al aeropuerto catalán en 1988, lo primero que pidió a dos periodistas que la atendieron era donde encontrar una bufanda del Real Madrid. Se fotografió con ella y la Ciudad Condal se conmocionó. Ahora, tras haber sido el brazo ejecutor, sería el liberador. Toda España se quedaba boquiabierta… un año con Drazen, el cielo era el límite.
En la capital comprobaron que toda era cierto. Era el primero en entrar en el pabellón y el último en salir. Rara vez se metía en una aventura extra-deportiva y más que conflictivo, si acaso era tímido hasta el exceso. Menos en una cancha, allí estallaba, su liderazgo para arrebatarle la Copa del Rey al Barça llevó a los merengues al delirio, solamente para alucinar aún más cuando en la final de la Recopa contra el Scavolini de un artillero brasileño llamado Óscar Becerra Schmidt, que tuvo que inclinarse como pocas veces en su ilustre carrera ante un yugoslavo en Atenas, pasando de los 60 puntos y, una vez más, acaparó todas las ruedas de prensa.
El mundo era suyo… pero la juventud lleva aparejados pecados. Ya con Yugoslavia había deslumbrado (por su talento) y asqueado (había provocado una mítica tangana contra la selección italiana y era conocido por apretar a los árbitros hasta lo indecible y encararse con su propio padre si estaba en la cancha contra él) por conducta. En la ACB no fue la excepción, Petrovic era endiosado y hasta dejando sin proponérselo como inútiles a sus esmerados compañeros, mientras Epi y un potentísimo Barcelona afilaban armas cara a una final que demasiada gente dio por ganada a los campeones europeos por el factor del croata.
Fue una final increíble donde el juego coral de los Norris y cía se midió a un Petrovic que abusó como nunca de la escuadra blaugrana en el cuarto encuentro, aunque el líder emocional era Fernando Martín. En el quinto, los de Aíto García Reneses sepultaron el sueño del triplete blanco, algunos miraban a Neyro, árbitro con bigotes conocido por tenérsela jurado a Drazen por cierto escupitajo cometido en uno de sus típicos arranques de divo. Epi y cía le dejaron su marca, la Liga de Petrovic… la que nunca ganó su protagonista.
Se fue de la casa blanca antes de tiempo, pero la NBA le llamaba… y eso era lo único que no podía resistir, un nuevo reto, después de deslumbrar a todo un continente, la idea de tener que empezar de cero y tener que demostrarlo todo le enamoraba. Drazen viajó a Portland, donde pudo conocer al legendario Clyde Drexler, genial caballero que le condenó al banquillo pero con siempre tuvo muchas conversaciones sobre la situación de su tierra natal, Croacia, cuando quedaba claro que lo que fue la Yugoslavia de Tito estaba deshaciéndose y muchos pueblos y etnias se preparaban para separarse en guerras cruentas, con intereses políticos por encima de los humanos.
Lo que hizo Croacia a la altura de 1992 solamente puede ser calificado de milagro. Deslumbraron en Barcelona con jugadores como Toni Kukoc, el único jugador con el que Boza ha confesado que quería pedir tiempo muerto en los entrenamientos para darle un beso en la frente por hacerlo todo tan bien. Estaban Radja, el propio Kukoc… y Petrovic. Siempre el líder, la cabeza visible, por encima de entrenadores, rivales, compañeros y el propio público. En una ocasión el presidente de los Atlanta Hawks en los 60 dijo que Red Auerbach era tan especial no por sus títulos, sino porque su mera presencia y puro iluminaban cada rincón de una cancha. Petrovic hubiera sabido exactamente cómo se sentía.
La pequeña (en el sentido de compararla con ogros como el norteamericano o lo que había sido la antigua URSS) Croacia fue logrando victoria tras victoria hasta colarse en la Final… donde esperaba el Dream Team. Game over. Mejor jugamos mañana. Aquel equipo tenía clarísimos Hall of Fame en su plantilla y estaban comandados por Michael Jordan en la pista, arrasaban a todo el mundo y lo mejor era sonreír.
Entonces, Petrovic y sus chicos combatieron. Por primera vez los de Chuck Daly fueron por detrás en el marcador pasado un período significativo, Kukoc volvió a ser un poeta en la cancha y Petrovic se encaró con quien hizo falta, emparejándose con el mítico 23 de Chicago. Jordan se acordaría de aquellos duelos después, de la intensidad, de aquel corazón guerrero… Drazen siempre perdió frente a MJ, pero nunca fue humillado ni se le pudo acusar de esconderse.
Ironías del destino, el hombre que se puso una medalla de oro sin pedir un tiempo muerto, Chuck Daly, fue su entrenador en aquella nueva aventura en New Jersey. La ciudad de Tony Soprano quería dejar de ser el patito feo de la Liga, Drazen lo logró, se machacó tanto con sus rituales de tiros desde todas las posiciones como en el gimnasio, por primera vez se aplicó a las tareas defensivas, cómo se hubiera sorprendido el bueno de Fernando Martín de verlo al fin bajando el culo a defender después de uno de sus canastones sacando la lengua.
Daly lo resumió como nadie: “Nunca he conocido a nadie con ese afán de competir y superarse… Solamente está a su altura Dennis Rodman”. Y así sucedió. Petrovic se convirtió en uno de los mejores escoltas de una Liga poderosísima, narcisista y muy celosa del acento balcánico, pero su grada le amó, sus compañeros le buscaron y el resto empezó a admitir que aquel no era un gran jugador europeo más que tiraba muy bien pero no era decisivo… Estaba en la NBA por derecho propio.
El mundo deportivo entero se rindió a su talento. El propio Diego Armando Maradona peregrinó hasta su tumba. Los odios ancestrales se convertían en el llanto de perder a un enemigo tan grande, el Aníbal ad portas particular de muchos, muchos equipos de los que había abusado con su tiro, su talento y su malicioso trash talking. Ahora, no entenderíamos a jugadores como Kobe Bryant, Papaloukas, Navarro y tantos otros… De no haber sido por Drazen, el incomprendido. Y es que como muchas veces ocurren, uno tiene que dar un paso de gigante para que nosotros, podamos seguir la ruta sin perdernos.
Es casi seguro que Drazen Petrovic no era un tipo perfecto, que a veces cometió errores, que pudo pecar de arrogante en sus primeros años, o que sus actuaciones llevaron a tensiones innecesarias que su calidad no preciaba, ensuciando lo mucho que hacía en el campo… Pero lo que es innegable, y lo será para la Historia, es que hubo un croata que podía cambiar los rumbos de los partidos a su antojo y que tanto en la victoria como la derrota, siempre fue fiel a sí mismo, a Drazen Petrovic… uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.
Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Colaborador de BaloncestoVida.
Un saludo.
Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Colaborador de BaloncestoVida.
Un saludo.
Bibliografía.
HINOJOSO, J., Sueños robados: El baloncesto yugolsavo.
ESCUDERO, F., Drazen Petrovic: La leyenda del indomable.