domingo, 13 de febrero de 2011

Los Reyes de la 94 y 95

Houston Rockets

Un equipo campeón


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Pocos sitios son más incómodos para un jugador de baloncesto que un viaje de regreso con tu equipo cuando has sido derrotado de forma contundente. Con más de 20 puntos de distancia en los dos primeros encuentros de las semifinales de Conferencia Oeste de 1995, los Houston Rockets tenían la moral varios metros por debajo del suelo. Hakeem Olajuwon, pívot estrella de los por entonces vigentes campeones, no hacía declaraciones, todos los pronósticos indicaban que Sir Charles Barkley lideraría a su equipo nuevamente a una Final de Conferencia, ésta frente a San Antonio Spurs con sus chicos de Arizona.

Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler con el trofeo de campeones
Olajuwon y Drexler con
el trofeo de campeones
Todos los presagios parecían cumplirse, aunque Houston ganó el tercer encuentro por relajación de los Suns, éstos respondieron en el cuarto y colocaron un clarísimo 3-1. Nuevamente, montarse en un autobús con caras largas, Rudy Tomjanovich buscaba motivar a un equipo que se exponía a la injusticia del asterisco. El brillante anillo obtenido el año anterior, podía convertirse en un recuerdo, que todos apostillarían con: “Ah sí, los que ganaron cuando no estuvo Michael Jordan.

Lo que ocurrió en el quinto encuentro estuvo cercano a la palabra milagro, en su sentido deportivo. Un partido precioso y polémico, última posesión con 92-92 para los locales, balón doblado a Person que hace una magnífica mecánica de triple… Escupido. Houston sobrevivió a la prórroga durmiendo el balón y gracias a los tiros libres. Espoleados por su orgullosa afición, se llevaron el sexto y se jugaron la vida el séptimo día.
Mario Elie, bendecido por los dioses donde al pobre Person traicionaron, tendría a siete segundos del final uno de los momentos de su carrera. El beso que lanzó a la grada, fue bautizado como el "Kiss of death".

Hakeem Olajuwon haciendo un mate
Olajuwon machacando.
Los Rockets, se convirtieron entonces en el equipo que nadie quería ver en postemporada, pese a haber sido cuartos y no contar con ventaja de campo. Lo que pasó después fue historia conocida, Olajuwon se puso el disfraz de MVP, dominando al mejor defensor interior de la Liga en aquellos momentos, David Robinson.

Seguidamente, como recordamos en la entrada anterior sobre Penny Hardaway, tumbó al Godzilla de la Liga bailando. Su palmeo para forzar una prórroga impensable en Orlando, quedará en los Anales como una de las mejores jugadas bajo presión de un hombre alto en una Final.

Tomjanovich, al recibir por segundo año el anillo y habiendo sido el arquitecto en el banquillo de una dinastía, no dudó en proclamar bien alto que: “Nunca subestimes el corazón de un campeón”. Para llegar a esa sentencia aún hoy recordada, habían pasado muchos años de esfuerzos en los despachos, en la cancha y… amargas decepciones.

La fórmula de las Torres Gemelas formada por el espectacular R. Sampson y el prometedor H. Olajuwon, había permitido a Houston colarse entre los mejores. La franquicia había disputado las Finales de la NBA en dos ocasiones, pero en ambas, los Boston Celtics de Larry Bird lograron frenarles en seis reñidos encuentros. Justo cuando empezó a detectarse el declive de los Orgullosos Verdes y el Showtime californiano, los Rockets vieron como un rosario de lesiones minaron el potencial de Sampson.

Hakeem Olajuwon cogiendo un rebote
Hakeem coge un rebote
ante los Knicks.
Con paciencia y apostando por rodear al nigeriano de piezas que complementasen sus virtudes (Thorpe, el exquisito Vernon Maxwell, un jovencísimo pero ya favorito de la fortuna, Robert Horry…), los Rockets eran un equipo curtido en muchas batallas y que se aprovechó como nadie del año sabático del 23 de los Bulls.

Fue el año donde los Sonics, en el mejor momento de Payton y Kemp desperdiciaron el primer puesto del año ante los sorprendentes Denver Nuggets de Mutombo y compañía. Automáticamente, aquel hecho colocó a los cohetes de Houston con ventaja de campo en todas sus series.

Tras eliminar a los Blazers en cuatro encuentros, se midieron con los potentes Suns de Sir Charles. Como ocurría el año siguiente, Phoenix dominó con claridad (robó los dos primeros en Houston), pero los Rockets cerraron filas y sembraron los cimientos de su posterior anillo, por partida doble, pues la remontada fue algo de lo que nunca se recuperaron realmente los Suns.

Cansados por la resistencia de unos maravillosos Nuggets, los Utah Jazz de los eternos Stockton-Malone, cedieron en cinco partidos. Reviviendo su rivalidad universitaria de Ewing y Hakeem, los de Houston se las vieron y desearon para doblegar a los feroces Knicks de Patrick Ewing.

Olajuwon junto a Drexler
Olajuwon y Drexler.
Igual que Detroit y San Antonio en 2005, no fue basket ataque, pero se trataron de unas Finales con aroma clásico. Intensidad en cada momento. New York lo tuvo muy cerca, pero el triple de John Starks fue taponado por el nigeriano, de la mano de piezas como Maxwell o un entonado Horry, los Rockets ganaron un anillo histórico, pero al no estar Air Jordan, la gerencia quiso mantener al bloque hambriento para seguir elevando el listón.

Y el mejor acierto fue fichar a un caballero de los de antes, Clyde Drexler, un exquisito escolta que había acariciado la gloria con los Blazers. Ahora en Houston, no solamente no discutió el liderazgo del pívot africano sino que mejoró la línea exterior de los cohetes, a la par que se combinaba a la perfección con el magnífico Sam Cassell. Dos caballeros elegantes que trajeron equilibrio a un vestuario hambriento.

Los Rockets recibiendo el trofeo de campeón
Los Rockets recibiendo el trofeo
de campeones de manos de Stern.
Sin ellos, a buen seguro que una durísima eliminatoria contra los Jazz en Salt Lake City en el último y decisivo encuentro, se hubiera saldado de forma diferente. Si ha habido un anillo ganado con sudor y lágrimas, con infantería de la talla de Thorpe.

Los Rockets, sin ventaja de campo en ninguna serie, habían desafiado la estadística y ya nadie más podía considerarles el equipo que en una ocasión besó el santo (que tampoco era moco de pavo, teniendo en cuenta los rivales que tuvieron).

Buscando reforzar la fórmula, aún vendrían algunos ilustres como Sir Charles o el mismísimo Scottie Pippen, pero aunque siguieron siendo muy competitivos (solamente un triplazo de John Stockton les alejó de las Finales), el lento pero visible declive del finísimo Olajuwon, acompañado de un cierto desgaste, supusieron el declinar de un equipo maravilloso.

No eran el equipo más fino o más estilístico. Pero era un equipo valiente, y con el corazón de un campeón.

Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Colaborador de BaloncestoVida.

Un saludo.

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