Cuando Boston dominaba la NBA
“Cuando ganamos el primero, pensé que conseguiríamos seis o siete. Tal era el talento de este equipo...”
Pero lo cierto es que aquellos tipos especiales tuvieron la mala suerte de coincidir con otros elegidos.
¿Alguien duda que si Escipión El Africano y Aníbal Barca no hubieran compartido época, hubieran sido indiscutiblemente los mejores generales de la edad Antigua? Es un hándicap para un prodigio compartir espacio con otro, pero, una delicia para los espectadores.
Y aquella gloriosa hornada verde creada por el mítico Red Auerbach en los despachos y K.C. Jones en el banquillo, compartió espacio vital con los temibles Lakers de Magic Johnson.
¿Alguien duda que si Escipión El Africano y Aníbal Barca no hubieran compartido época, hubieran sido indiscutiblemente los mejores generales de la edad Antigua? Es un hándicap para un prodigio compartir espacio con otro, pero, una delicia para los espectadores.
Y aquella gloriosa hornada verde creada por el mítico Red Auerbach en los despachos y K.C. Jones en el banquillo, compartió espacio vital con los temibles Lakers de Magic Johnson.
La historia es por todos, conocida. Con hábiles maniobras, el viejo zorro de Auerbach logró sacar a los míticos guerreros celtas de su letargo. Especialmente esclarecido estuvo cuando no le importó esperar un año más a un espigado muchacho rubio de Indiana, muy serio y algo apocado, pero que tenía dedos de pianista y puntería de killer. El sueño de un "Big Three" y de más puros de la victoria los conjuró trayendo en brillantes traspasos a Kevin McHale y Robert Parish.
Parish era un jugador durísimo y un gran defensor, no exento de talento para ataque. Apodado "El Jefe", su doble cero en el dorsal era una advertencia de su seriedad.
Mientras, McHale era un fino estilista, un hombre al que Hubbie Brown declaró como virtualmente imparable y uno de los mejores de la Liga en su puesto. Y para colmo, estaba Bird, el menos brillante de los tres en físico, pero el más genial.
El Pájaro tenía ojos en la nuca y pese a ser el máximo referente anotador de su equipo, dejó asistencias para el recuerdo que aún hoy son esbozadas con la sana sonrisa de nostalgia por los asiduos del Boston Garden.
Mientras, McHale era un fino estilista, un hombre al que Hubbie Brown declaró como virtualmente imparable y uno de los mejores de la Liga en su puesto. Y para colmo, estaba Bird, el menos brillante de los tres en físico, pero el más genial.
El Pájaro tenía ojos en la nuca y pese a ser el máximo referente anotador de su equipo, dejó asistencias para el recuerdo que aún hoy son esbozadas con la sana sonrisa de nostalgia por los asiduos del Boston Garden.
El resultado fue que los Celtics dejaron de ser una franquicia histórica en horas bajas y puestos de colista, para hacerse una escuadra amiga de más de 60 victorias por temporada y capaz de establecer el increíble récord de una única derrota en regular season durante la temporada 85/86. "Todo el mundo les daba crédito por ser un equipo duro e inteligente", afirma el mágico Johnson.
Para David Stern aquello fue una bendición, especialmente angelinos y bostonianos le permitieron a la Liga salir del relativo anonimato al que se encontraban abocados en la última década, para convertirse en una marca exportada a todo el mundo. Batallas agónicas contra los durísimos Pistons de Detroit, los increíbles Bucks de Don Nelson, los Sixers del Doctor J… El séptimo encuentro de las semifinales entre los Haws y los Celtics a finales de los 80 sigue siendo hoy celebrado como un duelo de pistoleros, donde la mística de Bird se puso a prueba por el volador Dominique Wilkins.
Aunque con los años su banquillo se fue debilitando, el quinteto titular es uno de ésos que se saben de carrerilla los buenos aficionados. Junto a los tres ya citados, Dennis Johnson y Danny Ainge. El primero era un MVP de Finales de la NBA, la estrella indiscutible de los Sonics.
Ambicioso, prefirió ocupar un rol un poco más secundario a cambio de la competitividad. Bird, poco propicio a los halagos, afirmó que era el jugador más útil para los momentos de presión con el que había estado. Su agónica bandeja en el quinto partido contra Detroit y su canasta sobre la bocina en el Forum de los Lakers en el cuarto de las Finales de 1985, lo atestiguan.
Ainge por su lado era un cañonero de rachas temibles. Probablemente el más jocoso del grupo, era conocido hasta por criticar al intocable Bird. En un concurso de triples, harto de las bravatas de su capitán, dijo a los demás concursantes: “¿Lo veis? Pues yo tengo que aguantar eso todo el año”. Menos brillante en juego pero no así en emotividad, M. L. Carr, agitador de toallas e ídolo del público céltico (aunque en las otras canchas le odiaban precisamente por eso).
Otros, como Cedric Maxwell o Bill Walton estaban al final de sus carreras. Ambos con rango de MVP, eran veteranos y curtidos guerreros solamente lastrados por las lesiones. Maxwell fue especialmente mítico en las finales del 84 donde fue la pieza clave para abatir a los Lakers en siete vibrantes juego. Walton fue una elección personal de Bird, ya que la directiva dudaba de que el gigante de rodillas quebradizas pudiera seguir sirviendo en la NBA. El tiempo dio la razón al alero de Indiana.
Y es que como llegó a afirmar el mismísimo David Stern, aunque los célticos tuvieron que ceder sus cetros a equipos pujantes como los Bad Boys o el archi-enemigo Magic desde California, jamás cedieron su orgullo de campeones. En la victoria y en la derrota, siempre temidos y respetados, pues hasta que la espalda de Bird dijo Boston, el Garden asistió al vuelo de uno de los pájaros más bellos que se recuerden, más que bien secundado por una horda de jugadores de equipo que en cualquier otra franquicia hubieran sido estrellas.
Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Colaborador de BaloncestoVida.
Un saludo.
Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
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