sábado, 26 de febrero de 2011

Patrick Ewing, conexión jamaicana en New York

Patrick Ewing

Patrick Ewing en el Madison Square Garden
El más grande del Madison Square Garden.
Para él fueron apenas unos segundos. Normalmente, los novatos en la NBA, por prometedores que sean, suelen tardar algunas semanas (cuando no, meses) en adaptarse al nuevo nivel de competición, especialmente el desgaste de tanto partido seguido y el descenso del número de entrenamientos para pulirse con sus nuevos compañeros.

Pat Riley y Patrick Ewing
Pat Riley y Patrick Ewing.
Sin embargo, cuando machacó con furia un rebote ofensivo a una mano, ese templo deportivo que es el Madison Square Garden sonrió. Había comenzado una era, ya lo decían los analistas, esa promesa del collage iba a ser un grande. La primera ronda del draft mojaba la oreja de Moses Malone, estrella de los Sixers y pívot total.

Como el propio Ewing recordó entre risas en un documental sobre su brillante trayectoria, “Después, Moses me puso en mi sitio”. Efectivamente, con su tiro de media distancia y su dureza buscando la posición en el rebote, Malone domesticó al joven imberbe, llevándose los de Philadelphia el choque. Pese a ello, el taciturno Malone reconoció que si no hacía tonterías, Patrick era un diamante en bruto.

Y el pívot de origen jamaicano no las hizo. Más bien al contrario, pero no hacía falta ser escéptico admiradísimo Moses, cualquiera que hubiera visto sus números en Georgetown sabían de qué iba aquello de ser Patrick Ewing. De levantar altas expectativas, confirmarlas y tener muchas paradojas.

Patrick Ewing y Michael Jordan
Ewing intenta taponar a Jordan
en la Universidad.
Sirva como ejemplo su primer año, brillante, pero un tal Michael Jordan con sus camaradas de North Carolina te roban la Final Four de la NCAA. Solamente para volver el año siguiente y ganarla de forma épica ante otro genio del poste, Hakeem Olajuwon.

Pero en la NBA, era distinto. Allí no tendría al legendario John Thompson ni a todo el mundo arropándole, históricos, aquellos Knicks malvivían como colista de la Liga y su exigente grada echaba un mundo de responsabilidades a un rookie.
La Gran Manzana y Ewing crecieron juntos. Pronto, el novato comprendió que todo el talento y promediar dobles-dobles cada noche no garantizaban triunfar en aquella jungla de súper-potencias. Mientras, la directiva de la ciudad de Woody Allen buscaba refuerzos que acompañarán a su mejor hombre en pos de la senda del éxito, el camino al anillo.

En ese sendero trajeron a Pat Riley. El engominado padrino del mítico e irrepetible “Showtime” de Los Ángeles Lakers, aterrizaba en una franquicia con ganas de crecer para demostrar al mundo que podía seguir en la élite sin una escuadra que contase con James Worthy, Magic Johhnson, Acareen, Kareem Abdul Jabbar y un largo etcétera.

Patrick EwingY Ewing se convirtió en el líder de una cohorte casi paramilitar, salvo algún talento como John Starks, en New York primó el músculo, cemento por los cuatro costados y mucho amor propio. Tomar el Madison se convirtió en una promesa y los del 33 se convirtieron en una superpotencia de la Conferencia Este, dando constancia de ello al eliminar a los envejecidos pero siempre temibles Boston Celtics de Larry Bird.

Por desgracia, había un escollo en el camino. El equivalente de la Alemania de los 80 en fútbol, del Madrid de Di Stefano y sus cinco Copas de Europa… los Chicago Bulls de Michael Jordan y Scottie Pippen. Un tiránico régimen para el resto de conjuntos. Patrick (uno de los mejores amigos de MJ), lideró a los suyos para más que dignas resistencias al 23, pero terminaban cayendo año tras año. Especialmente doloroso fue para él cuando los suyos hicieron inútil una ventaja de 2-0 para volver a caer a la lona ante los de Phil Jackson.

Patrick Ewing portada de Sport IllustratedTodo ello se unió a la aparición de otro archi-rival, los Indiana Pacers. No dejaba de ser curioso que en la lotería de 1985, las dos últimas opciones para Ewing fuera ser un Pacer o un Knick. Las consecuencias deportivas hubieran sido inimaginables, habría sido aliado valiosísimo y no enemigo encarnizado de Reggie Miller. A pesar de anotar muchas canastas de la victoria, Ewing nunca olvidaría aquella bandeja en un séptimo encuentro agónico que escupió el aro. Hasta entonces, había jugado como nunca para hacer creer a los suyos que levantarían un 3-1. Ewing lo hizo y llevó el séptimo al Garden, liderando la remontada del último cuarto. El resto es historia.

Matrimonio a la italiana, el propio Ewing admitió durante la retirada de su dorsal (aún hoy reverenciado por Spike Lee); “Hemos tenido momentos buenos y malos, vosotros sabéis que sí. Pero siempre, incluso mientras buscaba otras experiencia en otras franquicias, siempre he sido un Knick”. Los dos (afición y jugador) habían disfrutado de lo lindo.

Patrick EwingCierto era que Pat, miembro de pleno derecho del irrepetible Dream Team de Barcelona 92, cometió importantes pecados de juventud, como su aire distante y su poco apego a firmar autógrafos. De la misma forma, la exigente grada de la nueva Roma de los Estados Unidos, fue inflexible con las rodillas de un gigante que no pudo soportar tanto talento.

Cuando Su Majestad se tomó el exilio de un año y pico, Ewing lideró en  polémicos y vibrantes encuentros a los de Riley a batir a los invictos Bulls. Allí en la Final le esperaba el hombre al que le había privado del torneo universitario, Olajuwon, su futuro compañero de generación para el Hall of Fame.

Ambos batallaron hasta el último minuto de la muerte súbita que fue aquella guerra subterránea entre dos rocas, los Houston Rockets (recordar recientes entradas de este blog) y los New York Knicks.

Patrick Ewing y Dwight Howard
Ewing tutelando a Howard.
Patrick jugó unas Finales maravillosas, pero Olajuwon estuvo simplemente imbatible. Fue la gran oportunidad perdida aquel sexto día.

Quedaba aún mucho para que sonase el último baile, pero fue el canto del cisne. Con su buen amigo Alonzo Mourning volvió a zurrarse en la pintura de lo lindo, bajo la atenta mirada de Riley y Jeff Vang Gundy, maestro y discípulo.

Y el gigante jamaicano aún puso hielo en sus rodillas para ver con orgullo a los suyos ser el primer finalista de la mejor Liga del Mundo que había sido octavo en regular Seaton. Actualmente, Patrick asiste a hombres como Dwight Howard para que recuerden que el tamaño y el poderío físico no están reñidos con la clase, el talento y el tiro de media distancia. El jefe de la Gran Manzana, desde aquel día en que hizo un mate delante de Moses…

Un artículo de Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Colaborador de BaloncestoVida.

Un saludo.

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